La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

jueves, 7 de julio de 2016

UN APORTE DE GUILLERMO GASIÓ A LA HISTORIA DEL MONUMENTO A ECHEVERRÍA EN LA CAPITAL

UN APORTE DE GUILLERMO GASIÓ A LA HISTORIA DEL MONUMENTO A ECHEVERRÍA EN LA CAPITAL

Mi querido amigo Oscar De Masi:

He leído con gran interés tu informe sobre el monumento (o los monumentos) erigidos a Esteban Echeverría en la ciudad de Buenos Aires.

A continuación agrego algunos datos que fui recogiendo durante una investigación sobre El matadero, sus circunstancias, y sus proyecciones políticas y literarias.

Seguramente serán de tu interés y de quienes consultan el blog viajealasestatuas

Felicitaciones, una vez más, por tus constantes aportes.
Con un cordial abrazo.

Guillermo Gasió


NOTAS SOBRE EL MONUMENTO A ESTEBAN ECHEVERRÍA

Según acta fechada el 5 de mayo de 1905, año en que se conmemoraba el centenario del nacimiento de Esteban Echeverría, se reunieron en asamblea en la sala de actos del Colegio Nacional de Buenos Aires, el rector Enrique de Vedia y los alumnos delegados del 5º año, decidiendo encargarse de promover se levantara un monumento en su homenaje.
Enrique de Vedia, rector del Colegio, había publicado el año anterior un ensayo sobre La cautiva, recibiendo del escritor español Miguel de Unamuno una conceptuosa carta, en la que elogiaba ese texto, así como su libro El arte de leer.
De Vedia recibió además el citado libro de Urien, con una dedicatoria en la que le decía: “a su feliz perseverancia se deberá el acto de justicia póstuma para don Esteban Echeverría, es decir, la erección de su estatua”. 
El rector De Vedia tenía la idea de erigir una estatua a un poeta argentino, y el elegido terminó siendo Echeverría.

Cabe al respecto evocar las palabras de Nicolás Avellaneda: “La estatua de Echeverría será levantada con mayor justicia que la muralla de la leyenda griega, al son de las liras patrias”.

El alumno Héctor Latham Urtubey, fue designado presidente de la comisión encargada de llevar adelante la iniciativa. Se designó una comisión honoraria que integraron De Vedia, con Bartolomé Mitre, Joaquín V. González (a la sazón Ministro de Instrucción Pública) y Rafael Obligado.
La comisión organizó una colecta para recaudar fondos de la que participaron principalmente los profesores y alumnos del Colegio, sin alcanzar una cifra con la que se pudiese concretar el proyecto.

En la Cámara de Diputados, el proyecto fue impulsado por Manuel Carlés (quien dijo sobre Echeverría: “Fue el primero que impugnó el régimen sobre cuyo imperio se bocetaba el despotismo”), y en la de Senadores, por Manuel Lainez, que además promovió el tema desde las páginas El Diario, del cual era director-propietario.

Se determinó que el monumento a Echeverría sería ubicado en Palermo, en el Parque 3 de Febrero, donde antiguamente estaba la residencia de Rosas, y próximo al monumento erigido en honor a Sarmiento.
El escultor barcelonés Torcuato Tasso recibió el encargo de realizar la obra.
La Junta Nacional de Historia y Numismática Americana hizo acuñar, por la casa Bellagamba y Rossi, una medalla conmemorativa; “Esteban Echeverría – 2 de septiembre – 1805-1905 / La Junta Nacional de Historia y Numismática Americana al poeta y pensador en su primer centenario”.

La tarde del 11 de septiembre de 1905, se celebró en el teatro Odeón, un gran acto público.
Dijo La Nación bajo el título “Esteban Echeverría: Su apoteosis”:
Fue una comisión de matronas argentinas la patrocinadora de la apoteosis y fueron las señoras y niñas de la alta sociedad porteña las que dieron tono, las que dieron colorido, las que dieron alma, a la coronación de anoche.
Ellas llenaban toda la sala, si bien se notaba la presencia de muchos de los escritores nacionales y hombres de significación en las distintas manifestaciones del poder político o de la inteligencia.
Recitaron poemas Enrique García Velloso, Ángel Estrada, Carlos Obligado, y “el joven laureado D. Horacio Oyhanarte declama seguro de sí, sus versos La tempestad en la pampa” (que la crónica reproduce completo en recuadro aparte).
Mitre y Guido Spano se excusaron de participar del homenaje por “hallarse ambos indispuestos”.
“Desde el palco de la comisión (organizadora) la anciana hija de Echeverría presenció, con los ojos humedecidos, la apoteosis de su padre”.
Pronunciaron discursos Agustín de Vedia y Belisario Roldán.
De Vedia anunció que la estatua “está terminada y dentro de brevísimos días asistiremos a su inauguración que ha debido postergarse por causas imprevistas, entre las que figura la indiferencia con que fue recibida la iniciativa estudiantil, que en este acto alcanza su primer condensación”. Agregó que “todo ese conjunto de fuerzas irresistibles que cubre como un velo la sensibilidad de la mujer han triunfado en esta emergencia y así lo proclama el marco esplendoroso de esta fiesta que tiene todos los caracteres de una consagración definitiva y de una consagración necesaria para los que aun se preguntan quién era Echeverría”.
Concluyó De Vedia:
[…] en los días de este mes será inaugurada en Palermo, foco de la tiranía en el pasado y foco de cinismos en el presente, el monumento público que nuestra gratitud erige a Echeverría por impulsos de estricta justicia, doble en su caso, pues el bronce que lo evocará funde en una sola fisonomía la austera del estadista profundo y la amable del poeta inspirado.
Roldán se extendió en consideraciones sobre el Dogma y La cautiva, señalando finalmente:
Señoras, señores: Atravesamos un solemne momento de formación. Todas las razas fuertes de la tierra convergen a este rico crisol argentino, acaso para fundar la más vigorosa unidad étnica de los tiempos venideros; y mientras el alma nueva comienza a destacarse sobre el fragoroso torbellino, ahí debajo, tristemente, agoniza el alma vieja.
[La Nación, 12 de septiembre de 1905, p. 7].
En la Biblioteca del Colegio Nacional de Buenos Aires se conserva el folleto Esteban Echeverría: Informe de la comisión encargada de erigirle la estatua que hoy se inaugura, fechado en 1906, y que incluye: Antecedentes; Crónica del homenaje realizado en el teatro Odeón. Discursos].
Los anuncios de aquella noche no se cumplieron. Pasaron largos meses, hasta que Norberto Piñeiro, al hacerse cargo del Ministerio de Hacienda, otorgó $ 10.000 a la comisión de homenaje, que así pudo pagar los costos de materiales, y entregarle $ 1000 al escultor Tasso “para la terminación de la estatua en bronce”. El recibo, con su firma, tiene fecha 7 de agosto de 1907. 
Tasso representó a Echeverría de cuerpo entero, en actitud de meditación, con un libro en la mano izquierda, con un capote en la derecha y sobre un pedestal de granito gris.

García Velloso revela que fue con el escultor a la casa de Mitre, en la calle San Martín, con la maqueta del monumento a Echeverría:
El general miró y remiró la obra, y tras unos minutos de silencio formuló algunas observaciones a propósito de la frente y de la barba en forma de U. Torcuato Tasso hizo allí mismo las correcciones sugeridas, y un mes después la obra fue realizada en bronce y colocada en el lugar que la Intendencia Municipal había designado.
[La Nación, 14 de enero de 1951, 2ª Sección, p. 3: “Echeverría: Crónica y recuerdo de un homenaje”. Incluye una foto de la estatua “tal como fue inaugurada y que hoy se conserva en el mismo lugar”].

El Colegio “levantó esa estatua” y el gobierno nacional “va a recibirla” anunció La Nación, lamentando que: “El país no conoce, el país ignora a Echeverría”.
Él nos ha dejado libros. En esos libros podemos hallar el punto de partida de una evolución en la literatura política del país.
[…]
Echeverría, el autor de la primera página de un evangelio del socialismo americano que los socialistas no conocen desgraciadamente y que será su obra más duradera; el originalísimo y fresco narrador de El matadero, punto de partida de una literatura criolla muy luego desorientada pero que es de esperar encuentre alguna vez la senda que en aquél comienza; el popular cantor de La cautiva. Un poeta tiene una estatua en la República Argentina donde las estatuas tienen por misión, más que evidenciar las gratitudes póstumas, aclarar para los que vienen las sombras del pasado.

El monumento a Echeverría fue inaugurado oficialmente el 27 de octubre de 1907. En el palco de honor se encontraban el Presidente de la Nación, José Figueroa Alcorta (quien pronunció el discurso central), seis de sus ministros, y “la anciana hija del poeta”. También participaron de la ceremonia el rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, Enrique de Vedia (quien dijo también un discurso), y los profesores Ángel Gallardo, Atanasio Quiroga, Ángel de Estrada, Luis Peluffo, Manuel Carlés, Jaime R. Costa, Luis Agote y Juan José Biedma. Cerró el acto Belisario Roldán.
“La naturaleza contribuyó con la ofrenda de una hermosísima tarde a realzar la ceremonia, severa en su sencillez y elocuente en su significación”, comentó La Nación.
Dijo el presidente Figueroa Alcorta:
La distancia que separa la hora actual de la época sombría y borrascosa que inspiró el Dogma y determinó la Asociación de Mayo no es tan grande por el espacio material de tiempo transcurrido, como por el positivo progreso de las instituciones, por el afianzamiento del gobierno libre, por la estabilidad inconmovible de la nación como entidad orgánica y política, a cubierto para siempre de los peligros del despotismo y la anarquía.
Dijo Roldán:
Este pedazo de suelo que pisamos, bajo el cual moran acaso restos ignorados de las víctimas del bárbaro que lo habitó es como un símbolo de la evolución argentina.
[La Nación, 24 de octubre de 1907, p. 7: “Echeverría: Crónica y recuerdo de un homenaje”; La Nación, 27 de octubre de 1907, p. 8; La Nación, 28 de octubre de 1907, p. 7: “El monumento a Echeverría – Inauguración oficial – Una hermosa ceremonia – Los discursos”].

El 27 de octubre de 1937, por iniciativa de la Asociación de Ex Alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires, presidida por Rómulo Gallegos Echagüe, “se dio vuelta la estatua de Echeverría, a fin de que la mirara a la calle construida luego”. El acto dio lugar a un homenaje en presencia del Presidente de la Nación, general Agustín P. Justo, “que descubrió una placa colocada por los alumnos”. Participaron del homenaje: José Arce, rector de la Universidad de Buenos Aires, y Juan Nielsen, rector del Colegio.

El gobierno de la Revolución Liberadora dispuso trasladar el monumento a Echeverría de su emplazamiento en el Parque Sarmiento a la esquina de Charcas (actualmente Marcelo T. de Alvear) y Florida.
Se inauguró el miércoles 23 de abril de 1958. En el palco oficial se ubicaron el presidente del Gobierno Provisional, general Pedro Eugenio Aramburu; el vicepresidente, almirante Isaac Francisco Rojas; siete ministros; el electo presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Federico Fernández Monjardín; el embajador del Uruguay, Mateo Marques Castro; el intendente de Buenos Aires, Ernesto Florit; el presidente de la Comisión de Monumentos Históricos, Jorge A. Mitre; una delegación de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE); los políticos socialistas Carlos Sánchez Viamonte, Alfredo L. Palacios, Américo Ghioldi.
Pronunciaron discursos el secretario de Cultura de la Municipalidad, Leónidas de Vedia; el escritor Carlos Alberto Erro; y por el Colegio Nacional de Buenos Aires, José María Monner Sanz.
Dijo Erro:
El futuro historiador de Buenos Aires se preguntará por qué la estatua de Esteban Echeverría fue sacada de su emplazamiento en los jardines de Palermo, del sitio que ocupaba en hermoso y sosegado ambiente, entre árboles, pájaros y flores, lugar tan adecuado para un poeta romántico. Y tendrá que contestarse, sin ninguna duda, que cuando los monumentos se mueven es porque algo profundo ha ocurrido. En la pugna que terminó con la revolución del 16 de septiembre de 1955 se tocó fondo, y acaso fue ese el costado fecundo del desastre. Llegamos todos a sentir que no bastaban nombres de caudillos políticos ni divisas de partido: tuvimos que calar mucho más hondo, hasta llegar al estrato último de nuestro ser histórico; así se enfrentaron el totalitarismo y el ideal de Mayo y se produjo un reencuentro con el mensaje de nuestros próceres y la consigna de nuestros héroes. De tal modo se explica que el centenario de la muerte de Echeverría, en 1951, diese lugar a tan intenso y amplio movimiento en torno a su figura, al punto de que se publicaron trece libros sobre su obra, varios de ellos muy importantes – uno de gran significación: Echeverría, el albacea de Mayo, de Alfredo L. Palacios –, se pronunciaron en distintos puntos del país alrededor de cien conferencias y publicáronse numerosísimos ensayos. Es que la historia dejó de ser mera narración de lo pasado para convertirse en vivencia.
[…]
Es un sitio más acorde con la eficacia de su magisterio y más accesible a la ciudadanía; elegirlo es un gesto lógico en el gobierno de una revolución que proclamó el retorno a la línea de Mayo y Caseros como su objetivo fundamental, y que ha cumplido con la promesa empeñada restableciendo las libertades democráticas esenciales, sin las cuales no hay vida digna, y que se apresta a ratificarla definitivamente, como para que no duden ni los más recalcitrantes descreídos, con la entrega del poder a mandatarios elegidos por el pueblo en comicios inobjetables.
Agregó Erro:
En la noche lóbrega de la tiranía, Echeverría plantea la vuelta al ideario fundacional como único medio para la regeneración de la patria. Echeverría trazó la teoría de la revolución y Mitre escribiría su historia. Esa misma estrella alumbró el camino de los Ejércitos de Urquiza, en Caseros, en 1852, y a los ciudadanos amantes de la libertad, en septiembre de 1955. Mayo ganará siempre la última batalla.
Concluye la crónica del acto señalando que Erro, “entre grandes aplausos”, dijo sobre Echeverría que, “proscripto de dos tiranías, sus palabras renacerán cada vez que los hombres sean oprimidos”. 

El nuevo basamento fue realizado por el escultor José Fioravanti, quien lo realizó en granito rojo. Las inscripciones dispuestas en los cuatro laterales, tomadas del Dogma Socialista, tienen un claro destinatario: el “gobierno depuesto”, “la segunda tiranía”.
[La Prensa, 24 de abril de 1958, p. 7; La Nación, 24 de abril de 1958, p. 6].



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