La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

sábado, 11 de febrero de 2017

PRO-RETORNO DEL MONUMENTO A CRISTÓBAL COLÓN A SU SITIO: COM´ERA E DOV´ERA*



Desmantelamiento del Monumento a Cristóbal Colón. 
15 de junio de 2014. Foto OADM


*Justificación del título de estos posts
Cuando a comienzos del siglo XX colapsó el Campanile de la Piazza San Marco, en Venezia, hubo un debate acerca de qué hacer al respecto: ¿reconstruirlo?¿en qué estilo? ¿en lenguaje Liberty? ¿o tal cual era? Y el clamor popular que permitió su recuperación patrimonial se resumió en esta consigna que obedecieron los eximios restauradores italianos:

com´era e dov´era… como era y donde estaba…

Así queremos que ocurra con el monumento al Gran Almirante Cristóbal Colón.

Por Oscar Andrés De Masi
Para http://viajealasestatuas.blogspot.com.ar
Octubre/Noviembre de 2016


Figura de mármol, en un solo bloque, del Gran Almirante Cristóbal Colón, 
obra de A. Zocchi (Foto "Buenos Aires y sus esculturas").



Episodio 1: UNFORGIVEN

A los amantes del género cinematográfico western les resultará familiar este nombre. Es el título de una película de Clint Eastwood, del año 1992 (inducido Morgan Freeman en el reparto), cuyo argumento, postula la idea de que ciertas acciones son, precisamente, unforgiven, es decir, imperdonables. O, mejor todavía, que ciertas acciones no son susceptibles de exoneración. Es notable el registro semántico que la palabra denota en inglés, y que vincula el perdón con el olvido: lo imperdonable es lo inolvidable, lo que permanece en la memoria como un núcleo de indignación moral y como un motivo de reproche.

El injustificado retiro del Monumento al Gran Almirante Cristóbal Colón, tras su derribo y la exhibición fragmentada y a la intemperie de sus componentes escultóricos, como si fueran escombros de una demolición, todo ello es imperdonable.

Yo no sé de quien fue la idea de remover el monumento: si de un presidente extranjero de visita en Buenos Aires, como se dijo en su momento, o de nuestros propios funcionarios. A esta altura ya poco importa. Tampoco sé quien aportó las  eventuales justificaciones que, en nombre de la disciplina patrimonial, o de la técnica de conservación, o de la simple adulonería cortesana, pudieron hacer creer al Gobierno Nacional que estaba procediendo adecuadamente. Si bien hubo especialistas en restauración cercanos al proyecto, no actuaron en favor del bien patrimonial, en los términos que definen los documentos internacionales en la materia, sino todo lo contrario. La acción y la omisión son imperdonables.

El planteo falaz que algunos funcionarios del Gobierno Nacional hicieron del caso (que se desmontaba el monumento… ¡para restaurarlo!…o que corría algún tipo de riesgo estructural) también es imperdonable.

Tampoco sé por qué el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (en rigor, el dueño del espacio público de emplazamiento y, además, el dueño del monumento) cedió ante quienes se propusieron su retiro. ¿Por simple debilidad?¿Por falta de convicción? No lo sé. Pero es imperdonable.

La Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, que fue creada en 1938, precisamente, para identificar los bienes históricos y artísticos dignos de reconocimiento, de tutela y de preservación, y para protegerlos, nada dijo en contra de la decisión arbitraria y destructiva de remoción. Bien pudo haberlo hecho siendo que la Plaza Colón es el área de amortiguación natural de la Casa de Gobierno; y siendo que en otro caso del año 2012, en que se propiciaba el retiro del espacio público de una escultura célebre (El Pensador de Rodin) se opuso categóricamente (y puedo dar fe de ello porque yo participé de aquella reunión en mi calidad de Vocal Secretario del cuerpo colegiado… y voté contra la mudanza de la estatua). Al contrario, en las sesiones de su comité colegiado, la Comisión actuante en el año 2014 prefirió emplear el eufemismo de la "restauración " (sic) del monumento y el "seguimiento de las tareas" (sic), para evitar el trance políticamente incómodo, ya no de oponerse, sino, ni siquiera, de cuestionar con el rigor de los fundamentos patrimoniales, una decisión contraria a la integridad y a la autenticidad del monumento. A veces, y más aún en la Administración Pública, hacer lo correcto es incómodo. Pero los funcionarios no ocupan sus puestos para hacer lo más cómodo, sino para hacer lo correcto, en el marco de la ley y de las prácticas  administrativas vigentes. Este silencio de la Comisión Nacional de Monumentos, es imperdonable.

Es oportuno recordar que algunos vocales que integraban aquel cuerpo colegiado por entonces, permanecen impertérritos en sus asientos como una especie de  "elenco estable", que viene perdurando en la Comisión, merced a una destreza adaptativa comparable a la de los moluscos, cuando otean sobre las aguas la orientación de los vientos. De quien presidía el organismo en aquel momento nadie esperaba gran cosa, dada su ostensible inexperiencia en temas patrimoniales.

Cuando en alguna conferencia sobre este tema me han preguntado si conozco otro caso, más o menos reciente, en el resto del mundo, que se asemeje al caso del Monumento a Colón, suelo responder, sin vacilación, que si lo conozco. Y menciono la destrucción, en el año 2001, de los Budas colosales de Bamiyán, en Afganistán. Si bien, aclaro, los alcances destructivos de las dos operaciones son diferentes, (porque de los Budas dinamitados, nada quedó materialmente) ambas fueron  ejecutas por el poder gubernamental de turno, y su propósito es, en definitiva, análogo: removiendo el objeto artístico, el "semióforo", se pretende modificar la historia y anular una identidad. Porque toda acción destructiva del patrimonio monumental de los pueblos opera en el plano simbólico. Y la identidad es una construcción hecha principalmente de símbolos colectivos. También se me ocurre otro ejemplo casi inverso, en el derribo de las estatuas de Lenin y de Stalin, durante la caída del gobierno comunista en la Unión Soviética. Aunque en este caso, fueron acciones casi espontáneas de la propia sociedad, en un contexto de cambio de paradigma político, que no ya reconocía en aquellos personajes los rasgos de su identidad (y quizás tampoco antes fueran reconocidos, pero no era posible expresar el disenso con el "régimen oficial").

El sentido simbólico de la eliminación del Monumento a Colón va más allá del retiro de un conjunto de estatuas más o menos imponentes (y por cierto que lo eran), o del desplazamiento de un bien artístico más o menos magistral (y sin duda que lo era). La negación del "Colón-monumentado" es la negación del "Colón-histórico", con las implicancias de negación y distorsión de los orígenes mismos de América: un espacio de culturas plurales, descubiertas y conquistadas por otra cultura descubridora y conquistadora de complexión monolítica; un espacio de mestizajes y violencias, y donde las referencias culturales originarias se subordinaron sin remedio a las instituciones civiles y religiosas europeas. Yo no digo que esto sea bueno o malo: digo, simplemente, que así aconteció en un contexto epocal que ponderaba como virtuosas ciertas prácticas que hoy no estimaríamos del mismo modo. Y Colón representa y sintetiza todo ello, porque su presencia es también "originaria" en América, en el sentido de "originadora" de una cultura que , antes de él, no existía en este "mundo nuevo", y de la cual somos, todavía, el producto . A esto lo llamo identidad.

En el caso porteño de un "Colón-monumentado" por la colectividad italiana, en el topos uranos del antiguo lugar de desembarco de los inmigrantes de aquella nacionalidad (y de tantas otras), que llegaron en cantidades siderales y aquí se quedaron, el agravio a la identidad es doble. Es negar una referencia universal de la "italianidad", expresada en su figura histórica, quizás, más célebre. Pero de una "italianidad" trasplantada que, ya en el Centenario, se había hecho argentina y quiso ofrendar a Buenos Aires aquel monumento. El patrimonio material debe, pues, reflejar también la identidad de los grupos inmigratorios constructores de nuestra modernidad cosmopolita. Suprimir sus referencias de memoria en el espacio público, es, imperdonable.

Y plantear esa supresión, en el marco dialéctico  que se insinuó, de un supuesto conflicto entre identidades originarias esclavizadas (¡como si doña Juana Azurduy, consistente con su época y su rango social, no hubiera poseído su stock de esclavos!) e identidades invasoras o inmigratorias, además de un absurdo, es imperdonable.

El haber desoído sistemáticamente los reclamos fundados de diversas organizaciones civiles, y en especial de las asociaciones de la colectividad italiana, que llegaron hasta la Justicia, es imperdonable.



Monumento a Cristóbal Colón, grupo alegórico. 
(Foto "Buenos Aires y sus esculturas").


Aún hay más que decir, ahora en el plano estrictamente artístico, que suma al caso, loss upon loss, como se dijo en el El Mercader de Venecia: pérdida sobre pérdida. Me estoy refiriendo a la calidad artística del monumento suprimido, que había sido creado y ejecutado por Arnaldo Zocchi, patrocinado por el conde Antonio Devoto a la cabeza de la colectividad italiana, y cuyos componentes estructurales fueron realizados por el ingeniero Domingo Selva (quizás el estructuralista más famoso de América para entonces; autor, entre otras obras, de la cúpula de la Catedral de Lomas de Zamora y del edificio del Colegio Nacional de San Juan). Privar a la ciudad capital de la República de esta obra de arte y de ingeniería es imperdonable.

Cualquier comparación del monumento colombino porteño, con otros levantados en diversas ciudades del mundo a la memoria de Colón, sin desmerecer a estos últimos, revela con sobrada evidencia la superioridad de la obra de Zocchi, tanto por su escala y su deliberado emplazamiento, su concepción general, su lograda composición, su riqueza alegórica plasmada en su programa estatuario, los repliegues semánticos de su epigrafía latina, la solidez de los materiales y su técnica constructiva. Levantarlo fue una tarea compleja y costosa. También fue costoso desarmarlo… en vano. Y será costosísimo rearmarlo en la Costanera, como se ha sugerido. Este dispendio de los recursos del presupuesto público, que provienen de los impuestos de los contribuyentes, es imperdonable.

Hay, además otro aspecto que suele pasarse por alto, aunque algunos expertos atentos lo han advertido. Cuando hablamos del Monumento a Colón, solemos reducirlo al conjunto estatuario de mármol de Carrara, formado por

a) el basamento con sus figuras alegóricas,
b) la columna y
c) la estatua del Gran Almirante, esculpida en un bloque monolítico de Carrara, cuya extracción demoró ocho meses.

Pero, olvidamos que, en rigor, se trata de un dispositivo monumental complejo, integrado por:

a) el conjunto escultórico conmemorativo con sus tres componentes designados como a-b-c; y por
b) una cripta o bóveda también conmemorativa: en ella se guardaba una piedra etrusca donada por Italia, la urna (o cápsula del tiempo) con los objetos de la época de inauguración (periódicos, billetes, monedas, libros, y hasta dos rollos con películas). Ahora bien, dentro de esta bóveda de hormigón (ejecutada, como dije antes, por el ingeniero Selva), existía otro tesoro artístico cuyo destino ignoramos (aunque podemos imaginar): unas pinturas realizadas por el insigne pintor Francesco Paolo Parisi. Su pérdida, reciente o anterior, también, es imperdonable.

De Parisi digamos, de paso, que fue el autor del bellísimo "pergamino inaugural" del monumento, que firmaron las autoridades y los miembros del Comité patrocinador, y que contiene valiosa información en su texto, cuya caligrafía es no menos artística.



Monumento a Cristóbal Colón, grupo alegórico. 
(Foto "Buenos Aires y sus esculturas").

Un último comentario que dejo, de momento, enunciado como una pregunta, sin entrar en los detalles de la crítica plástica: ¿tiene el monumento colocado en reemplazo de Colón mejores calidades artísticas (concepción, escalas, composición, programa iconográfico, nobleza de materiales, incluyendo la pátina de bronce,  etcétera)?

Y otro interrogante: aún reconociendo sin retaceos el papel histórico de la valiente capitana Juana Azurduy de Padilla: ¿tiene sentido su ubicación en ese lugar, destinado ab initio para la obra de Zocchi, denominado como Plaza Colón, en el arranque mismo del Paseo Colón, en el punto en que tantos inmigrantes italianos, como dije antes, pisaron per la prima volta, el suelo de su nueva Patria? No olvidemos, una vez más, que el lugar de emplazamiento formaba parte de la integridad y la autenticidad programática del bien patrimonial desmembrado.


Si la respuesta a estas dos últimas preguntas fuera un rotundo "no", también allí habría una acción imperdonable.



Los componentes escultóricos del Monumento a Cristóbal Colón, una vez desmantelados.
 15 de junio de 2014... tan perplejos como cualquier observador con sentido común.
(Foto OADM)