La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

Busto



Unas líneas acerca del busto y la memoria, más allá del canon iconográfico

Dado que en el habla popular, con frecuencia, y con error, se designa como “busto” a cualquier clase de monumento escultórico de la figura humana; y dado que esta especie, dentro de la estatuaria conmemorativa, encuentra numerosos ejemplares en San Isidro, nos ha parecido oportuno reproducir algunas precisiones que uno de los autores conceptualizó en un escrito del año 2011.

La palabra busto, desde su origen latino, nos conduce ineludiblemente a unas implicancias funerarias y a unas señales de memoria.

En efecto, en el ritual romano que regulaba los funerales (funus), de las personas de la clase principal, el cuerpo era depositado en el sitio de la pyra, cuya flama debía encender un pariente o un amigo cercano, para consumar la crematio. Una vez apagado el fuego, el producido de su acción purificadora y reductiva, las cenizas todavía impregnadas de calor, todo ello recibía el nombre de bustum, busto. Se procedía a su recolección, a su limpieza ceremonial y, finalmente, a su colocación en la urna, para su guarda definitiva en el sepulcro.

Esto era, estrictamente, el busto en su origen. ¿Cómo pasó, pues, a designar una representación de la cabeza y la parte superior del tórax, en épocas posteriores de nuestro idioma castellano? No conocemos los pormenores del proceso de acomodamiento semántico de la palabra. Tal vez, arriesgan los especialistas, por influencia del italiano. Quién sabe.

Lo cierto es que el puente entre el bustum cinerario romano (lo que queda del cadáver tras la acción del fuego) y el busto como representación plástica de una porción de la persona (ciertamente el rostro, la porción identitaria), ese nexo entre ambas acepciones es un episodio de memoria. Porque las cenizas se conservaban con un propósito de recordación. Porque un busto se esculpe y se erige con un propósito de recordación. En uno y otro caso, maguer que diferente la cosa, el sentido gestual es el mismo: la memoria.

Aprovechando seguramente su síntesis figurativa, su directa carga iconográfica y su economía de material, el busto se convirtió en un modo estandarizado de homenaje tributado por el Estado o por la sociedad a las figuras dignas de recordación.

En el busto, así concebido, no hay margen para lecturas complejas ni alegorías ni casi, para otros repliegues expresionistas, ocultos en la pieza artística (aunque esto último no siempre sea así). Es, casi literalmente, un retrato oficial, acaso estilizado, acaso embellecido respecto del modelo, pero retrato al fin.